jueves, 10 de diciembre de 2015

Homenaje a Ulises Oliva

A veces ocurren en la vida cosas impensadas: misterios del alma que solo se dan a conocer (y a veces ni siquiera eso) en el adiós. Importa hacer lugar a la medida de la pérdida, valorarla en toda su extensión; saber en qué y cómo nos ha tocado, con qué justeza su huella se ha grabado en nosotros para lograr así su inmortalidad. O al menos la calidez de una lejana visita que, de vez en cuando, como un abrazo inesperado, dibuje una sonrisa en nuestros labios.
Intento saber, con el dolor y la necesidad de recordar, cuánto fue Ulises para mí, qué marca imborrable llevará su nombre en mi existencia: marca de talento, de compañerismo, de inteligencia y de generosa bondad.
Román Armas

Ulises

Yo sé quién fue Ulises si me lo preguntan
manso vikingo de noble corazón
me reclutó para una causa nunca perdida
donde fue espejo columna y verdad.

Yo sé quién fue Ulises el de los mil consejos
el de la difícil travesía perdido en la aventura
de dioses impiadosos y angustiosa soledad:
él acaso no sabía a qué Ítaca volver.

Yo sé quién fue Ulises el justo guerrero
que vela por sus tropas y su pueblo
en los atardeceres de rosáceos dedos
en la tiniebla de la duda en la desazón.

Yo nunca dudé de Ulises compañero de ilusiones
guía humilde astuto gigante y amigo
que en la divinidad de su nombre
no pudo soportar lo humano.

Yo creo en Ulises
como debe creerse un mito
alojándolo en el alma
sintiéndolo en el aire
en las señales de la noche
en el dibujo de las estrellas
en el silencio y la penumbra
en cada Troya por vencer

para soportar el canto de las sirenas
para elegir el camino difícil
para que tu recuerdo
nos haga un poco mejores.



martes, 1 de diciembre de 2015

Hamaca

Hamaca

Hamaca del claro sin viento ni lluvia,
eslabonada de sueños cubiertos de óxido          
recuerdas los destellos, padeces el olvido.
Hamaca del trapecio hamaca única
has envejecido mas no muerto
todavía te visita un niño
y activa tu gloria de libertad.
Guardas en tu memoria de tabla gastada
el tímido vaivén de los enamorados
encanto del mareo, el aterrizaje forzoso
efímeras proezas.
Estás sola aunque te intuya tras la ventana
entregada al péndulo del mundo
donde el eterno sueño es ir para volver
y volver para partir.

Román Armas (2015)

jueves, 19 de noviembre de 2015

Del todo y la nada


Hay regresos indomables que te esperan allí, en la nada; desquites ligeros que no cubren sino el óxido del olvido. Hay estaciones de madrugadas fantasmales, de agonías crónicas. Hay legiones de recuerdos asediando el presente; hay niebla en la carretera unilineal del futuro. Hay un futuro no perfecto, compuesto, complejo, que te nombra. Hay un anónimo deseo. Hay ensueños tristes y rojos porvenires. Hay toneladas de todo en la nada; hay todo por construir.
Román Armas (2014)

lunes, 19 de octubre de 2015

El maniquí

El maniquí

Me acuerdo de aquel lunes de mayo, no tenía nada de especial, era un día como cualquier otro. Quizás se distinguía en que estaba un poco lluvioso, y que las nubes tenían formas hermosas (creadas seguramente por mi mente). Pero no era nada que no hubiera pasado antes: en general todo tiende a repetirse, y mucho más si se trata del clima. En esta normalidad iba yo volviendo del trabajo. Caminaba con pasos cortos y rápidos, por temor a resbalar en el piso mojado de la peatonal. Iba pensando en cosas intrascendentes (como es costumbre en mí), del orden de quién ganará el domingo, cómo están las cosas, no se puede vivir: es decir, indignado como buen argentino. Estos pensamientos sólo eran interrumpidos, y muy levemente, cuando se cruzaba ante mis ojos una mujer hermosa. Digo muy levemente porque la lluvia se hacía más copiosa haciendo funcionar automáticamente más rápido mis piernas. Sin embargo mi apuro fue en vano: se largó una lluvia torrencial, con mucho viento, que me obligó a buscar refugio bajo el toldo de un negocio. Más por hacer algo, que por otra cosa, me puse a mirar la vidriera. Era un local de ropa informal, es decir, de aquella ropa que no es formal, pero que no es un disfraz (aunque a veces no sé quién pone el límite entre lo que es disfraz, y lo que es ropa informal).
Había 3 maniquíes en la vidriera, dos representaban la figura de un hombre, y el otro el de una mujer. Me llamó la atención que la mujer maniquí no estuviera vestida y que solo representara una bella mujer desnuda. Al contemplarla dejé de pensar en una figura inanimada. Conjeturé que quizás hacía tiempo que estaba así, siendo utilizada, explotada, tan solo por su incapacidad de movimiento y de respuesta (¡como tantos!). Imaginé que quizás sentía vergüenza de que todas las personas que pasaban por ahí la mirasen. Claro está, era imposible, ella no podía sufrir, pues no tenía conciencia de nada de lo que le sucedía. Pero si este maniquí supiera que es tal cosa, y que está destinado a sufrir irremediablemente las mas diversas humillaciones, sin poder siquiera cambiar el semblante o demostrar algo del infinito sufrimiento que se iba acumulando en su interior... no, no podría existir peor tortura para un alma conciente.
Sobre estas cuestiones divagaba cuando noté que, haciendo (seguramente) un esfuerzo sobrenatural, el maniquí (una mujer en penuria), movió ligeramente un dedo.
Román Armas (2005)


domingo, 13 de septiembre de 2015

El pianista

El pianista
Sólo un candelabro interrumpe la intensa oscuridad del salón. De largos y ágiles dedos, mana una música brillante que se traduce, se codifica, en el poderoso sonido de un piano. Unos ojos incendiarios de mujer acribillan al solitario músico, quien no se ha enterado aún del perfume que poco a poco se apodera del aire. Ella lo mira, y es capaz de sentir la pasión que fluye por esas volátiles manos, en cada compás de soledad. Un magnetismo leve aunque irrenunciable, atrae a la mujer en dirección al pianista; ella desea inmiscuirse en aquel fluir de notas y vibraciones cuyo origen misterioso la desplaza hacia una periferia insoportable; pretende suplir aquel misterio por otro, el que invade su cuerpo y no se cuestiona: está celosa de la música. Son, sin embargo, celos en permanente conflicto con la admiración despertada por el músico, y la excitación de desear interrumpir el mónologo del arte, que la lleva al punto de caminar decididamente hacia el piano. Se quita los zapatos haciendo el menor ruido posible (no quiere que ningún elemento exterior a ella distraiga al pianista), y avanza.
De las penumbras del salón nace la silueta de una hermosa mujer. De a poco aparece el brillo de su largo cabello castaño, de poco se iluminan los bordes perfectos de sus piernas. Está a pocos metros del piano y su sombra se transforma en una seductora imagen erótica, con la que juega y baila; es una sombra que se proyecta agigantando su figura hasta fascinarla, y envolverla, hasta el punto de creerse ella misma una creación óptica guiada por una figura ajena, exterior.
El pianista siente la presencia de la mujer, e intuye el torbellino que traen sus pasos, pero se resiste a él, no debe dejar de tocar: la música aún es la anfitriona de la noche. Pero su cuerpo, y sus dedos, en tanto que artífices de ese lenguaje agónico que dialoga con la muerte en cada acorde, ya no pueden ser indiferentes, e invitan con un nuevo fluir musical a que la mujer participe de aquella reunión privada. Ella accede sin necesidad de las palabras, su baile se torna erótico, animal, provocativo (la música lo tolera). Pendula su cuerpo de un lado al otro, diestra y sensualmente. El pianista la acompaña con figuras, frases conforme a las figuras dibujadas por el cuerpo de la mujer, a su vez inspiradas por la sombra. Su baile continúa, y siente el intenso calor que bulle en su interior; no puede ni quiere contenerlo. Comienza a desnudarse con lentitud análoga al tempo musical. Se deshace del disfraz que la cubre y manipula sus pezones. Con la simpleza de movimientos que no olvidan ni un segundo la atmósfera, roza las palmas de su mano contra su abdomen, la desliza al pubis, retrocede, asciende por su pecho y por su cuello. El acercamiento al piano es máximo, siente en el interior de sus piernas la suavidad de la madera.
Ahora, lentamente la música pierde protagonismo, se vuelve dispersa, como si le costara respirar, buscando salir a la superficie del río del deseo que implacablemente la arrastra al fondo; el pianista no puede dejar de mirar a la mujer. Pero así como él no detendría sus manos hasta que una fuerza extrerior lo obligase, ella tampoco lo haría. Por ello continúa bailando hasta culminar su desnudez y completar la conexión, que al mismo tiempo implica una expulsión, una sublimación. Eleva sus piernas rozando al pianista; lo abraza desde atrás con sus manos, las mismas que luego le toman el rostro al músico para hundirlo en el aroma de sus senos. El calor fluye libremente por sus venas y la música ya no importa. Sólo falta un movimiento para terminar aquella conquista, aquel desplazamiento del arte por el deseo en estado puro... cuando ella se impulsa con los brazos, se sienta sobre el teclado y se desliza enlazando con sus piernas al (a partir de este momento) hombre de traje negro, poniendo el acorde final que no entiende de armonía. Entonces la música vuelve tranquila, latente, a las entrañas del hombre de traje negro transmutado en su esencia... para darle la entrada a la otra música (también agónica), esa música disonante, cálida, estridente, aguda, arrítmica, temblorosa, frenética, placentera, orgásmica: la de los cuerpos.

Román Armas

miércoles, 26 de agosto de 2015

Micro-relatos


El paisano

La pampa infinita rodeaba el rancho. El vampiro emponchao respiraba el fresco con luna llena; chupaba unos amargos de sangre lavaos.

Fuga de sombras


Una mujer tenía 3 sombras. Un día, 2 bailaron un minué y la otra esperó, esperó, esperó. A la triste mujer le quedó una sombra.


Román A. Armas, 2015.

martes, 4 de agosto de 2015

Imposible olvidar a Brenda

Imposible olvidar a Brenda

Brenda... esa mirada de ángel penitente.
El comedor de Chino es una heladera,  con un techo altísimo y unos pocos ventiluces donde apenas se cuela el sol. A las 12:15 todas empezábamos a hacer la cola para recibir el almuerzo... era difícil llamarlo comida: variaba de malo a asqueroso. Imposible olvidar a Brenda. La vi caminando por las interminables filas de mesas, con pasos cortos y la bandeja en las manos. Enseguida supe que era nueva y que estaba perdida; me impresionó lo jovial de su aspecto, no entendía que hacía una adolescente en un pozo de tinieblas como Chino.
Dejen un lugar para que se siente la niña-, fue todo lo que dije.
Muchas de mis compañeras me miraron con odio. “¿Una blanca?”, dijo una. “Sí perras, y no quiero oír quejas, a la que no le guste puede irse a sentar a otro lado. No era necesario que me diera las gracias, con ver cómo comía era suficiente.
Pasaron varios meses desde que la vi por primera vez, y nunca la había visto hablar con alguien. Sentía una enorme curiosidad por saber algo de ella, y sabía que tendría la oportunidad; en prisión siempre hay olor muerte, pero es un olor de fondo, en segundo plano, al que te acostumbras.
En uno de esos monótonos días, la vi apoyada contra la pared del patio de ejercicios, sentada y abrazando sus rodillas. No le dije nada, pero me senté junto a ella. Estuvimos en silencio.
“Me tienes lástima”, dijo.
“No es cierto, aquí nadie merece la lástima de los demás, pero si no te cuidas, no sobrevives: sólo te di una oportunidad para que empieces a cuidarte”.
“Gracias, pero no la necesito, la vida es insignificante”.
“Vamos pequeña, ¿qué has hecho para estar aquí?
“Maté al director y al conserje de mi primaria... y herí a unos cuantos niños aburridos, alegres y patéticos”.
“No está mal”, dije.
“¿Y tú que hiciste?”.
“Envenené a mi marido, a mi suegro y a mi cuñado en la cena de acción de gracias... nadie me lo agradeció, es irónico.”
El fantasma de una sonrisa se asomó en sus labios finísimos. Entonces, aquel angel penitente giró el cuello y me miró, y me besó, y la besé.
El tiempo siguió su curso, aunque nadie lo advertía allí: sólo pude darme cuenta cuando me dieron la libertad condicional. Una vez le pregunté, “¿por qué la escuela, por qué no al hijo de puta de tu padre, no hubiera sido divertido?”, “hubiera sido demasiado fácil, es muy fácil matar un borracho-   me dijo- ... y detesto los lunes, no lo olvides”.
Imposible, imposible olvidar a Brenda; todavía le escribo de vez en cuando.

Román Armas (2015)

viernes, 3 de julio de 2015

El fútbol y el tiempo


Fútbol y tiempo


Amateurismo no quiere decir falta de competitividad. Aunque pueda parecer obvio, esta es una verdad que nos representa a todos los que participamos en este torneo, donde se pone a rodar mucho más que una pelota de fútbol, en el que entran en juego las más intensas pasiones humanas. Porque no es el mero hecho de competir, de jugar para ganar, en cuyo caso el fútbol se parecería, poco más, poco menos, a cualquier juego; se trata de un algo misterioso que nos alimenta y recorre desde los primeros contactos con las arterias de nuestra cultura.
Lo presentimos durante los días previos al partido, en los que no se conoce la hora ni los jugadores con los que contará nuestro equipo, y domina la incertidumbre sobre el árbitro y los rivales. Y cuando finalmente llega el momento de la cita, se desata un ritual que se asemeja a los momentos previos de un combate, donde se trata de salir a buscar la victoria a cualquier precio. El estómago agitándose y revolviéndose de los nervios, la adrenalina cargada antes de que el juego pase a ser efectivamente un juego, antes de que el juez de inicio a la disputa que tienta a la fuerza a la vez que la desprecia. De 5, de 6, de 7, de 11, en césped, tierra, pasto sintético o arena, poco importa, la esencia del fútbol es la misma: la tensión suprema entre la habilidad y la fuerza, entre la creatividad y la disciplina, entre el orden y el caos.
Cuando somos chicos damos vida a la imagen, imposible de olvidar, de la nube de polvo desatada por un enjambre de pequeños jugadores corriendo tras la pelota. Y es que en la infancia este es el orden, la norma. La creatividad pasaba por la mágica conexión entre el núcleo de ese enjambre, de ese remolino guiado por la pelota, y quien atinaba a despegarse, corriendo en paralelo, acaso sin intuir que cuando la esfera de cuero llegase hasta él, sería a su vez perseguido por el enjambre; luego, mucho tiempo después, tras comprender las ventajas de respetar las posiciones, de conservar una estructura, la magia encuentra el camino inverso y sobreviene de la capacidad de evadirse de esa estructura; la despliega el habilidoso que traza un surco en la cancha esquivando las patadas de rivales, cuya desesperación crece a medida que fracasan en el intento de detenerlo; en el disparo violento y con la marca encima que encuentra el ángulo evocador de un placer brevísimo e infinito.
El fúbol es el arte de lo inesperado, de la sorpresa, donde el arquero obtura la ilusión del gol (en el que cada vez morimos y resucitamos) y alivia a sus compañeros; donde se desprecia o se adora a ese ser que se convierte en el símbolo frágil y fatal de la consecución o la frustración de nuestro deseo, comparable a aquellos dioses caprichosos de la Ilíada y la Odisea que modificaban el curso del destino: el árbitro. En cada partido revivimos una guerra universal y eterna. El fútbol profesional no es más que la versión mercantilizada de este fluir pasional (objetivado en patadas, insultos, gritos, peleas, y por suerte también goles) que el amateurismo no deja de avivar incansablemente, y sin el cual no existiría el negocio.
Madurar es reencontrar la seriedad con que juega un niño, escribió Nietzche. El fútbol, quizás sea una de las formas más bellas de volver la guerra un juego, en la que como niños, participamos con la más absoluta seriedad.
 Román Armas (2014)


viernes, 29 de mayo de 2015

Sombras

Sombras,
como recuerdos centelleantes
de un sueño esquivo y misterioso
viajan entrometidas por la noche
que ya no supo volver a dormir.

Sombras de dolores olvidados
en el corazón, que refugia y evoca
bajo un pacto de ahogado silencio,
y la frágil dulzura de unos ojos sombríos.

Una sombra,
vanidosa proyección de mis ambiciones:
gigantes ilusiones ópticas que proliferan
de las luces irracionales del pensamiento,
y mueren desventuradas al apagar la luz.

Otra sombra,
íntima prisionera de una imagen de dos
que trasciende al plano del misterio
de los amantes que la observan, la sienten
como una prueba de vida de su propio amor.

Las sombras, ni demonios ni muertos.
Presencias tan ignoradamente nuestras…
sombras de heridas invisibles,
sombras de amantes fugitivos,
sombras del tiempo.

Román Armas (2009).