Reflexión sobre los prólogos a los libros "Transgénica", de Gabby De Cicco, y "La Desobediencia", de Claudia Masin.
Voy a intentar seguir
la falsa convicción de escribir con libertad. Los prólogos me dejaron
circulando una energía, una resignación que a lo mejor posibilite un tránsito
perpetuo. Hay entre escritoras y lectorxs un tendido, un puente pero en el
sentido eléctrico. Me urge expresar una soledad narcisista, hablar del puente
individual. De la conexión única y no casual. Del ruido, de las interferencias.
Desde mi punto de vista, y no porque mi punto de vista sea el indicado,
sino porque definitivamente no lo es. Soy varón cis, heterosexual, blanco y con
acceso a una vida pequeño burguesa. Soy normal,
qué asco, con lo que detesto esa palabra. Pero sería hipócrita pretender hablar
desde otra perspectiva, porque nunca compartí ni comprenderé un dolor semejante
del que se nutren les autorxs de los libros prologados.
No quiero que me
malinterpreten. Puedo comprender el dolor desde una racionalidad apenas teñida
por experiencias renuentes a aceptar las presiones machistas que, sin punto de
comparación, me provocaron cierto sufrimiento. Era un no hallarme pero desde un
lugar de soledad que se conformaba mal con la recompensa de sentirme mejor que otros. Aun así, me crié disfrutando de todos los privilegios que mi
condición socio-identitaria podía brindarme.
Esa limitación empírica
y empática no anula la enorme carga y potencia de la poesía adelantada que
sigue circulando por mis venas y todavía me pone en la necesidad de expresar
algunas cosas. En ambos prólogos la poesía es un vehículo de metamorfosis y un
salvoconducto de libertad. La desobediencia constante a lo preestablecido. La
voz que resuena rompiéndole los tímpanos a la indiferencia. Aire. La fuente de
oxígeno de voces resquebrajadas que han encontrado un espejo benevolente. La
poesía es disruptiva por incierta. Es la incertidumbre lo que enamora, le oí
cantar a Dolina, y también se me ocurre, lo que conmueve, lo que moviliza, lo
que atemoriza.
Una salvedad. Claudia
Masín dice anticipando Transgénica: “Y sin embargo, sin embargo Gabby De Cicco
lanza el conjuro, lanza el mantra con el que termina el libro, lo lanza a donde
sea que llegue, porque las palabras siguen teniendo el poder de cambiarlo todo,
porque siempre habrá un resquicio de libertad y de desacato por donde puedan
escapar de la malla de acero que las cerca, la misma que a todes nos comprime
el cuerpo, particularmente a quienes no encajamos, no encajaremos nunca en
molde alguno.” Aunque las palabras sean aire, fuente de vida, escape de las
cadenas, no lo cambian todo. Las palabras son humanas, no son omnipotentes. Creer
que lo cambian todo, es un grave
error, es inventar el dogma, es
vitalizar el martirio. El esclavismo fue un sistema humano también,
contrariamente a lo que suele pensarse y decirse: llamarlo inhumano fue uno de
los pasos (y ciertamente no el más decisivo) para abolirlo. Me apuro a decir
que hablo solo del esclavismo, no de la esclavitud, cuchillo que aún tiene
muchísimo filo.
Podríamos decir que el
capitalismo es inhumano, o mejor dicho deshumanizante, cosificador, patriarcal,
machista, destructor de la naturaleza y muchas otras, que seguirá allí pese a
que le insultemos toda la verdad: perro que ladra no muerde. No obstante decir
es hacer. Allí donde están el mercado, la propiedad privada y el individualismo
(la Santísima Trinidad vigente) diciendo objeto
responde el lenguaje diciendo humano,
y en ese conflicto se juegan nuestras cortas vidas. La poesía nos impulsa un hacer que eventualmente encontraremos
cómo decir que lo hicimos.
Los femicidios, los
travesticidios, el odio normalizador, la exclusión, siguen allí. Qué explote. Sin duda, que explote todo
como dice Gabby de Cicco. Pero no todes lograrán beber el antídoto. La “Utopía”
de Moro pasó inadvertida por siglos, hasta tener una connotación
revolucionaria. La lectura, el momento de la recepción condiciona ese lenguaje
que al calor social se vuelve plasma.
Toda estructura de
poder también es una estructura simbólica. Les sujetxs estamos encubiertos en
esa estructura, pero a costa de volvernos invisibles. Yo soy un hombre más, parte de la ponzoña opresora.
¿Por qué sería más venenoso que otra u otre salga a asesinar hombres, ese vocablo cargado de cadenas
desafiadas? Podrían matarme a mí. ¿Y qué más da? ¿Qué importancia tengo yo en
los ataques físicos a los universos simbólicos, o más aún, a la justicia
simbólica? Ninguna.
Pienso que la enorme
mayoría de mi capital autoritario (probablemente el de la mayoría) está compuesto
por hombres. Por esa categoría tan
sesgada a cuya contraparte mujer desobedece Claudia Masin. Pero no salí indemne
de esto y siento la necesidad de morir.
Por lo menos me llevo la sospecha confirmada
de que “todos mis hombres” no valieron ni valen tanto. La convicción de que
siempre estuvimos y estaremos en el mismo
lodo, todos manoseaos, y que esta poesía que fue hecha para poder beberse
el veneno debe envenenarme (debe envenenarnos),
debe destrozar cada ápice de orgullo, debe matarme para allanarles el camino.
Román Armas.