Imposible olvidar a Brenda
Brenda... esa mirada de ángel penitente.
El comedor de Chino es una heladera, con un techo altísimo y unos pocos ventiluces donde apenas se cuela el sol. A las 12:15 todas empezábamos a hacer la cola para recibir el almuerzo... era difícil llamarlo comida: variaba de malo a asqueroso. Imposible olvidar a Brenda. La vi caminando por las interminables filas de mesas, con pasos cortos y la bandeja en las manos. Enseguida supe que era nueva y que estaba perdida; me impresionó lo jovial de su aspecto, no entendía que hacía una adolescente en un pozo de tinieblas como Chino.
Dejen un lugar para que se siente la niña-, fue todo lo que dije.
Muchas de mis compañeras me miraron con odio. “¿Una blanca?”, dijo una. “Sí perras, y no quiero oír quejas, a la que no le guste puede irse a sentar a otro lado. No era necesario que me diera las gracias, con ver cómo comía era suficiente.
Pasaron varios meses desde que la vi por primera vez, y nunca la había visto hablar con alguien. Sentía una enorme curiosidad por saber algo de ella, y sabía que tendría la oportunidad; en prisión siempre hay olor muerte, pero es un olor de fondo, en segundo plano, al que te acostumbras.
En uno de esos monótonos días, la vi apoyada contra la pared del patio de ejercicios, sentada y abrazando sus rodillas. No le dije nada, pero me senté junto a ella. Estuvimos en silencio.
“Me tienes lástima”, dijo.
“No es cierto, aquí nadie merece la lástima de los demás, pero si no te cuidas, no sobrevives: sólo te di una oportunidad para que empieces a cuidarte”.
“Gracias, pero no la necesito, la vida es insignificante”.
“Vamos pequeña, ¿qué has hecho para estar aquí?
“Maté al director y al conserje de mi primaria... y herí a unos cuantos niños aburridos, alegres y patéticos”.
“No está mal”, dije.
“¿Y tú que hiciste?”.
“Envenené a mi marido, a mi suegro y a mi cuñado en la cena de acción de gracias... nadie me lo agradeció, es irónico.”
El fantasma de una sonrisa se asomó en sus labios finísimos. Entonces, aquel angel penitente giró el cuello y me miró, y me besó, y la besé.
El tiempo siguió su curso, aunque nadie lo advertía allí: sólo pude darme cuenta cuando me dieron la libertad condicional. Una vez le pregunté, “¿por qué la escuela, por qué no al hijo de puta de tu padre, no hubiera sido divertido?”, “hubiera sido demasiado fácil, es muy fácil matar un borracho- me dijo- ... y detesto los lunes, no lo olvides”.
Imposible, imposible olvidar a Brenda; todavía le escribo de vez en cuando.
Román Armas (2015)